EXTRAÑO A MIS HIJAS.

Pero más que a mis hijas mujeres, adultas ya, que se levantan temprano para ir a sus trabajos

Extraño a mis hijas chiquitas, prendidas en mi cuello, inventando peinadas que me dejaban con el pelo más revuelto y el escritorio mojado.

Extraño a mis hijas con la carita sucia, pegoteada de helados y  las manitos escondidas tapando el control de la  tele, todo mordido y lleno de saliva.

Soplando velitas, confabulando bajito cerca de las medianoches para dar la sorpresa de cumpleaños. Recibiendo regalos de papeles pegoteados con algún dibujo o una carta, que cotizaban más alto que todo el oro del mundo.

Extraño a mis hijas. A esas gurruminas chiquitas que se escapaban a la siesta para treparse a los árboles y correr por los techos; que de noche cansadas, guardaban el último esfuerzo para en puntillas y descalzas meterse sin permiso a la cama grande y abrazarse a su  papá.

Extraño a mi hija mayor, que siempre tenía un mimo y un abrazo guardado para mí. A mi hija del medio, con sus rabietas, sus berrinchitos y su eterno amor e incondicionalidad, siempre pidiendo una “upa”.

Extraño a mi hija chiquita, azote de abuelos, incansable descubridora de bichitos y de flores;

siempre con una travesura diferente.

Extraño a mis hijas que lloraban de noche, que paseaba desvelado del dormitorio a la cocina y de la cocina al living, mientras el reloj cruel, adelantaba las horas que eran parte de mi sueño y sólo se dormían cuando era hora de ir a trabajar.

Extraño a mis hijas en un mundo de los cuentos, lleno de árboles, animales y flores que no va a volver,

porque ese mundo ya no existe, porque la vida las transformó en mujeres, madres y dedican su tiempo a sus obligaciones y responsabilidades.

y… viviendo un presente, donde...

Se parecen demasiado al hombre que es su padre y al niño que dejó de ser.

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